Muchas mujeres han pasado por una situación parecida a la que tu estás viviendo ahora. Sus historias son testimonio de valentia y coraje. Todas podemos aprender mucho de ellas. Sus relatos se reproducen integramente. Sin censura y sin retoques.
Hoy estoy trabajando en una empresa municipal de limpieza. Al fin he podido salir, alejarme definitivamente del infierno de los últimos cuatro años que pasé junto al que fue mi marido. Suelo acompañar a mi hija al colegio siempre que los turnos de trabajo me lo permiten y llevo, podría decir, una vida recuperada. Recuperada porque he vuelto a sentir, a respirar, a sonreír, a disfrutar de las cosas pequeñas y a sentirme querida por las personas que están cerca de mí. Me gusta ver que mi hija me necesita, me cuenta cosas del colegio, me habla de sus amigas. Yo le ayudo a hacer los deberes y juntas salimos de compras, y vamos a pasear. He vuelto a recuperar la vida.
Recuerdo que cuando él llegaba a casa, una sensación de angustia me inundaba, vivía como escondida dentro de mí, sin embargo cuando el infierno empezaba, y eso era casi a diario, tanto conmigo como con mi hija, a veces, solamente algunas veces, no podía contenerme y estallaba en un ataque de rabia fruto de mi impotencia y le insultaba, le apartaba de mi hija y le decía que se fuese de casa. Entonces él se convertía en un monstruo y convertía mi cuerpo en el centro de su ira y violencia. Después decía que no era nada sin él, que todo era fruto de una provocación y que a pesar de que la culpable era yo, me quería. Los días rompían su rutina porque llegaba con la idea de una comida fuera de casa, o que me iba a comprar una sortija; pero en cuanto acababa este momento que, ingenua de mi, pensaba que era el inicio de una nueva época, volvía a aparecer el hombre brutal, dominante y agresivo que era Samuel.
No me dejaba hablar, me despreciaba delante de todos y cuando estaba con algunos de sus amigos hacía chistes a mi costa, “pobre inútil, vaga, no sabes hacer nada de nada, yo te lo he dado todo, yo te he enseñado a vivir”. Otras veces nada sabía de él, llegaba tarde a casa, no daba explicaciones. Tenía un viaje y se ausentaba dos o tres días. Cuando llegaba fingía ser un padre interesado y se metía con mi hijita Priscila, la gritaba y empujaba porque aún no había hecho los deberes. Hoy parece mentira pero mi vida, nuestra vida parecía normal. Como pude soportar tanto. La decisión fue difícil, en mi caso tuve personas a mi lado que me ayudaron y por fin me siento feliz.
N o sé cómo empezar. Me parece que fue hace mucho tiempo y cuando lo recuerdo no hago más que pensar cómo es que no me daba cuenta de lo que estaba pasando.
No me pegaba, sólo cuando le dije que era mejor que nos separáramos. Ya lo había pensado antes y en ocasiones me marchaba con cualquier excusa a casa de mi prima o de mi madre y me imaginaba que ya no estaba con él. Como tenía mala salud y estaba mal de los nervios, me iba a descansar al campo. Eso decía él, que yo estaba loca. Y que lo hacía todo mal, era una inútil, tomaba decisiones sin pensar, mis hijos peligraban conmigo a solas (por eso siempre estaba su hermana en nuestra casa), que sin él no era nada y así todo el tiempo. Yo me enfadaba y le insultaba también, pero la mayor parte del tiempo cedía porque me creía lo que todo el tiempo me repetía él y su hermana, mi madre y todo el mundo cuando me decían que me veían mal, que fuera el médico para que me diera algo. Cuando ya no pude más intenté hacer algo horrible y fue pensar en mis hijos lo que evitó que me quitara de en medio, ya no soportaba más el control, sus caprichos, sus insultos.
No sabía a quién acudir, ¿qué iban a hacer por mí? La tutora de mi hijo pequeño me llamó un día para tener una reunión conmigo. Cuando me preguntó si estaba pasando algo en casa porque el niño estaba muy triste y callado, cuando a principios del curso estaba muy animado, rompí a llorar. Ella fue la primera persona que dijo que eso no era normal, no era un buen marido. Conocía algún caso personal y me dijo que fuera a hablar con una persona que conocía. Esa persona me dijo que lo que ocurría eran maltratos. No fui al sitio que me dijeron que fuera. Fui enfadándome cada vez más hasta que le dije que por qué no nos separábamos. Pensé que él podría aceptar, si tan mal iban las cosas. Pero no fue así y comenzó con amenazas hasta aquel día que me dio una paliza y salí corriendo hasta la comisaría. Mis hijos no estaban en casa, estaban con su tía y la comisaría está muy cerca de mi casa. Cuando me vieron entrar se asustaron y me atendieron. Me explicaron que podía poner una denuncia, pero no quise. ¿Cómo se lo iba a explicar a mis hijos tan pequeños? Les pedí que me acompañaran a casa y lo hicieron. Allí estaba él en la calle, cuando me vio con la policía empezó a insultarme y amenazarme. Me dio mucho miedo. Así que al final puse la denuncia.
Lo pasé muy mal. Con remordimientos por haber puesto la denuncia, sin saber si irme a la casa de acogida o quedarme en casa o ir con mi familia, con miedo a si nos hacía daño. Él destapó su peor cara, pero mucha gente le seguía defendiendo. Necesité mucha ayuda, de mi abogada, de la trabajadora social, del psicólogo. Pero al final todo fue normalizándose y ahora sé que soy una persona capaz.
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